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installation

the land of the double standars

ARTE CONCEPTUAL Y CONTEMPORÁNEO ALANA LOCKWARD

Mi Reino no es de este Mundo
Acceso a las Cartografías del Caribe Atómico

Alanna Lockward

Miembro de la Asociación Internacional del Críticos de Arte

Santo Domingo, República Dominicana.- La idea de responder museográficamente a las creaciones fotográficas de los españoles, Agustín Martín Francés, Fran López Bru, Pedro Gómez, David Jiménez, Jorge Lens y Jana Leo, encontró a Eliú Almonte preñado de huesos y ataúdes contenedores de la memorabilia de un Caribe devastado en la era postbiológica. Que a un artista emergente de Puerto Plata se le ofrezca la redención de sus obsesiones en la marejada absorbente del arte del primer mundo, reivindica al Atlántico como vehículo idóneo de un diálogo iniciado a una sola voz hace ya más de cinco siglos y que hoy encuentra su silencio menos obvio.

Esta es la tercera ocasión en que las instalaciones presentadas en el Centro Cultural de España cuentan con mi colaboración curatorial.

Con “Mayaní Makaná”, de Mónica Ferreras, iniciaron dos constantes singulares 50luego sucesivamente. La primera es que se ha apostado por mi capacidad para visualizar la realización de la obra a partir de bocetos y sus respectivas explicaciones por parte del artista, la segunda es que siempre se ha tratado de estrenos en materia de arte conceptual. Ocurrió así también con Miguel Ramírez y “Estación Violenta”. Como en aquellas muestras, lo más probable es que en la actual resucitará de entre los huesos silenciosos, el espíritu burlón que se ha manifestado anteriormente y las sorpresas materialicen alguna discreción.

Nada de ello me preocupa, sin embargo, porque en Eliú Almonte he encontrado a un joven creador que anima constantemente su evolución entre el volumen de datos sobre lo contemporáneo y la nada y el mucho de la cotidianidad criolla a ritmo consistente y orgánico. Una de sus más recientes entregas instalacionistas en la nunca suficientemente cuestionada Bienal Nacional de Arte Visuales, “Yelidá”, anteponía una cortina de huesos a la escritura al revés del poema de Tomás Hernández Franco. Allí donde la isla quiere presumir su desarrollo sin subtítulos, la literatura confronta la anterioridad de su sofisticación y su más decadente espejo es la ‘opinión’ de quienes se resisten a sumergirse en los autorretratos apocalípticos de la vida nacional en la versión atlántica de este creador que matrimonia, huérfana de rituales, la muerte con la vida.

Ahora ya no sé con seguridad qué es lo que aparece en mis fotos, o quién ha desaparecido de ellas: algunas están pobladas de ausencias”, escribe David Jiménez, y frente a este adiós los “Ataúdes postbiológicos” recogen el estropicio de la playa y el matadero municipal del ‘pueblito encantado’. La osamenta de ‘este y otros lugares’, corrobora las sospechas de los más desentendidos. Alguien ha sembrado el paraíso de infiernos y ya no hay recuerdos para engañar la muerte, ella predice su eternidad sin pudor frente a nuestros ojos y en cada uno de sus receptáculos los colores de Mondrian alternan su visibilidad universal.

El fin anunciado intercambia su predestinación con las imágenes de Jiménez para quien la ausencia es una forma de sostener la musculatura de la conciencia en contra del olvido. Almonte tampoco se ciega ante el furor plateado de un mar que se ensucia a golpe de dólares y marcos alemanes. Esta calidad autobiográfica permea su obra actual. Sólo que se ha adelantado un poco y ha empezado ya a dibujar su muerte, o a desdibujarla, en una caja que encierra el testimonio de lo que ya no es un ‘fucú’ del ecodesastre, sino que parte íntegra también de un futuro tan cierto como devastador. Puerto Plata (el Caribe) al filo del milenio en total desacuerdo con su vocación de tesoro natural e histórico.

La sala principal exhibe además, “El camino del guerrero” y “Los blancos y los negros”. Al fondo de la misma, el sendero de piedras ejercita la capacidad de resolver en su mínima expresión inquietudes multidimensionales con elocuencia, algo que hace mucho tiempo que se llama ‘minimalismo’ y que por suerte dejó de ser moda, transformándose en herramienta idónea de lo contemporáneo (aunque los cronistas de pasarela parece que acaban de descubrir el término). Los objetos atrapados con lírica y estática destreza por el lente de López Bru se contraponen al reseco andar de Eliú por estas esquinas de Dios, donde la belleza está enterrada en el fondo del mar y cada vez se esconde más de su propia imagen.

Toda la ternura de los ositos de Jana Leo (que dice que escribe poemas, cuentos y ensayos y no es escritora; tampoco es diseñadora aunque diseña; toma fotografías y no es fotógrafa, etcétera) también estudia con atención las precariedad pedregosas del artista. La atmósfera es propicia para que alguien se reinvente el cariño de las piedras, los peces de plástico y los dinosaurios inflables.

Una pared en blanco sirve de inspiración para almacenar el silencio de algunos de los crímenes más recientes (y otros que no lo son tanto) del calor de nuestra historia.

A la izquierda de la sala principal el muro cobija los retratos del periodista asesinado en los setenta, Orlando Martínez, el ‘exterminator’ del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, Rafael Leonidas Trujillo Molina (obviaré los subtítulos); así como también el del profesor universitario Narciso González (Narcizaso), la factura en su versión noventa del ‘asesinimpunismo’ balaguerista. Junto con éste último, los cinco comparten su derecho a ser apedreados con propiedad por los presentes.

En un arranque que me atrevo a salpicar de genialidad, el autor pretende encontrar algún contrapeso para tanta tragedia en el amontonamiento proporcional de culpa y absolución. Las piedras negras y las blancas sistematizaban los procesos judiciales en la época colonial, su reciclaje obedece a razones de fuerza estética no exentas de una saludable dosis de morbo de fin de milenio. El público colocará su dictamen frente a estos testigos de la idiosincracia nacional tan libremente como se pueda ser en esta tierra y en ese instante aunque no sean gigantes de la moral ni paradigmas de la ética. Al fin que los vivos ya están muertos y a los muertos sólo se les ofrendan los vejámenes floridos de la impotencia.

Quizás alcancemos a descubrir entre este ajedrez del destino que Narcizaso se esforzó en merecer su fin, que Trujillo era tan inocente como la conciencia nacional que tan mal parada a quedado en la versión del ‘juicioso’ Vargas Llosa, o que el título de la exposición fue acuñado en las mil y un vidas pasadas del nonagenario ‘vuelveyvuelve’: “Mi reino no es de este mundo”.

Sin intención de malversar los trasfondos ideológicos de tan divertida iniciativa, me atrevo a predecir que las piedras negras serán las protagonistas. No todo el mundo disfruta de su capacidad para expropiar la conciencia ajena de la propia.

Al igual que en el resto de las propuestas, los títulos son encantadores y descriptivos. Frente a las “Interioridades” de Pedro Gómez, en la segunda planta, la silueta de las Antillas Mayores recortadas en fibra de vidrio, sostienen receptáculos de plástico con los reconocibles huesos.

Con la acertada elección de un ‘ready-made’ tan emblemático como generoso en su accesibilidad, Almonte se anota un nuevo tanto. De todos conocida es la dificultad que deben manipular los instaladores en la innovación no sólo de tema sino de material, estos papeles en blanco sobre los que la muerte obvia su destino sugieren un espíritu lúcido y aventurero.

Frente a la quietud de las fotos de Pedro Gómez cuelga el fruto invisible y hediondo de este edén en su calidad de paradigma ‘desastro futurista’.

Además del olor característico de eso que alguna vez fue sostén de músculos y vida, y ahora es una vara orgullosa de su fin en medio de un desierto de nadas, el artista está impregnado del oficio de cartógrafo. Entre ambas actividades el humor negro del atlántico se compacta, como en ‘Lápida’ frente a la obra de Agustín Martín Francés. Ambas son retratos de la cotidianidad y como tales, desnudan al frente a los “Objetos del deseo” de Jorge Lens.

Alguien desayuna huesos, el café es la verdad y el mapa, una fantasía dibujada en algún sitio, menos aquí, donde los abogados hace mucho que ya no son un suceso, mas bien un excelente ejercicio de observación marítima. Un turista cambia su piel por el color del asfalto, los’muertoritas’ transportan en su cola todos los teléfonos de las funerarias europeas. Ningún velero se acerca hoy, desde mi banco veo nacer, crecer, y multiplicarse el Caribe atómico.

 

TEXTO DE ALANA LOCKWARD

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